Lo aseguró el editor general de la revista Ñ, Ezequiel Martínez, en una entrevista publicada por la revista El Boletín. A meses de cumplir su noveno aniversario el periodista y escritor hace un balance de la publicación y los desafíos digitales.
Lo aseguró el editor general de la revista Ñ, Ezequiel Martínez, en una entrevista publicada por la revista El Boletín. A meses de cumplir su noveno aniversario el periodista y escritor hace un balance de la publicación y los desafíos digitales.
Reproducimos el reportaje completo de la revista El Boletín.
EL BOLETÍN habló con Ezequiel Martínez editor general de la revista cultural Ñ. Su visión del éxito de la revista es que tiene “una mirada muy pluralista donde escribe todo tipo de gente y por otro lado, zafa de esa cosa elitista de que lo cultural es para universitarios o gente preparada”. Casi una década acompañando la edición de sábado del diario Clarín.
Sin dudas, Martínez entra en el listado de los apellidos comunes del país, comparte podio seguramente con Pérez, González o García, entre otros. Sin embargo, el de Ezequiel, editor general de la revista Ñ, cobra otra importancia ya que lo heredó de un Martínez que fue clave para el periodismo argentino: Tomas Eloy, su padre. Siguiendo sus pasos, actualmente dirige la fundación que supo crear el histórico periodista y dedicarse a fondo a todo lo relacionado al mundo cultural. Con sus más de 20 años de periodista, Ezequiel Martínez es el ejemplo de cómo se va creciendo dentro de una redacción. “A Clarín llegué en 1988 cuando se presentó una beca para estudiantes de periodismo. Me presenté ese año y había 20 cupos para ingresar. Éramos millones y después de hacer varios exámenes, empecé a trabajar en el diario cómo becario. Pasaron los 6 meses y al otro año me convocaron para una redacción matutina en el diario ya que, cómo casi todos los periodistas trabajan de tarde y de noche, se perdía lo que sucedía a la mañana. Después entre a la redacción de la tarde en información general y luego pasé a la sección de espectáculos cuando estaba bastante ligada a la cultura. Ahí me empecé a perfilar a esos temas que los pude desarrollar durante 10 años también en la revista Viva donde escritor que había, tipo que entrevistaba. Y cuando se decide lanzar Ñ, me llaman para formar parte del proyecto”.
¿Cómo fueron los días cuando se decidió lanzar Ñ?
A mí me convocaron cuando la idea estaba armada. Fue una época de cambio en el diario en el momento en que Ricardo Kirschbaum (actual co director del diario Clarín) asumió la dirección. De hecho, Ñ es una idea de él de que pase de ser un suplemento a una revista y un día me llama, me muestra el proyecto, me gustó mucho y entonces le dimos para adelante. Entré para hacerme cargo de libros y literatura y es un trabajo que disfrute mucho. Hace 5 años también me llamaron para armar y coordinar toda la parte digital y on line de la revista. Y hace 2 años volví a la edición impresa pero cómo editor Jefe de toda el área de cultura y sigo encargándome de toda la parte digital.
¿Qué notas que aportó en comparación con los suplementos de cultura que ya había en otros diarios?
Fue la primera revista de cultura que se incorporó a un diario. Hace 9 años, salían 25 centavos el número, o sea gastabas 2 pesos por mes para tener todas las semanas una revista de 40 páginas. Por un lado, tiene una visión muy pluralista donde escribe todo tipo de gente y por otro zafar de esa cosa elitista de que lo cultural es para universitarios o gente preparada y demás. Todo lo que sea fenómeno popular. De hecho, muchas de las tapas tratan sobre éxitos televisivos cómo Lost, Madmen. Esos fenómenos culturales cómo el Código Da Vinci o Paulo Coelho que son muy masivas, tratamos de que estén reflejadas sin bajar el nivel, ni la calidad, ni la profundidad, pero tratando de captar públicos más amplios.
Y, en ese sentido ¿Cómo pensás que se debe hacer para atraer público joven?
Creo cómo muchos, que lo que va a progresar van a ser los buenos textos. Gente que escriba bien y te cuente un cuentito cuando te está contando aunque sea una noticia o una novedad. Porque con el aluvión que hay de información en internet y en todos los medios, van a hacer que el papel quede relegado y para quienes todavía disfruten de ese hábito. El papel va a quedar, pero para los textos más profundos, de análisis. La crónica ahora está siendo un boom latinoamericano. Hay muchos cronistas y está bueno ese periodismo narrativo y literario porque es el que va a sobrevivir en el papel. Esa es mi impresión del futuro de las publicaciones.
La fundación Tomás Eloy Martínez
Hacerse cargo de la fundación, obligó a Ezequiel a dejar de enseñar periodismo en la escuela TEA. Sin embargo, está orgulloso y afirma hacerlo “con gusto porque es cumplir lo que él hizo y quería que es tratar de ayudar a los más jóvenes”. “Hacemos talleres. El año pasado empezamos con 3 -cuento, novela y crónica- que tienen que ver con las áreas dónde él se movía. Hacemos presentaciones de libros. Después, hay eventos que no son públicos. Por ejemplo, una semana antes de morir fue Carlos Fuentes a quién invite con su mujer y la verdad que estuvo muy generoso. Veíamos libros que él dedico a mi papá”, detalla un emocionado Ezequiel.
Conceptos de padre
Algo interesante que surge en la lectura de los textos de Ezequiel y que llama la atención para quienes conocen la obra de Tomas Eloy Martínez, es la similitud de algunos conceptos. Por eso le preguntamos a él, qué otras banderas tomó de su padre.
En un manual de periodismo, tu padre señala que hay que desafiar a la dictadura de los diagramadores y vos hace poco señalaste algo similar por un hecho que te ocurrió en el diario…
Me apropie de esa frase. Pasa mucho en los diarios, tenés un límite de espacio que hay que respetar. A veces te pasa que escribís un texto y capaz no entra. Otra cosa que me quedó de él, es el chequeo de las fuentes. Yo en los últimos años lo ayudaba con sus columnas. De tal tema, me decía que investiguemos, y una vez que yo le entregaba el material me preguntaba todo el tiempo de dónde lo saqué, quién lo dijo, cuándo fue y hasta que no lo tenía bien cubierto, no salía. Él no quería que salga nada de lo que no estuviese seguro. Porque cómo él decía: “No hay que escribir una sola línea de la que no se esté seguro”. Yo me tomo el trabajo y es un ejercicio que hago constantemente. Se transformó en un hábito.