Según un análisis del departamento de investigación de Concept Media ambas modalidades descubren atractivo en lo extravagante, lo excesivo, lo exagerado, lo artificioso. Modalidades que se encuentran instaladas como forma de consumo de medios, pero a su vez lo superan.
El área de Análisis Semiótico de Contenidos del Departamento de Research de Concept Media realizó el siguiente informe: Cada época se caracteriza por el surgimiento de tendencias, estilos que marcan los tonos en los que nos comunicamos. Hace tiempo, en nuestro contexto sociocultural se ha instalado un modo de tratamiento de los contenidos mediáticos que los estructura desde una retórica de lo absurdo y estéticas marcadamente bizarras. Se trata de una suerte de culto por lo desmesurado, por lo insólito o extravagante, por esas situaciones en las que prima “el reír por no llorar” causado por la vergüenza ajena, por el sentido del ridículo.
La lógica que organiza este modo de comunicación se manifiesta en varios espacios sociales que exceden los medios de comunicación. Sin embargo, los medios, y en especial la TV, son enclaves fundamentales para comprender el desarrollo y consolidación de dichas particularidades comunicativas.
Televisión Bizarra
Existen programas de televisión con construcciones humorísticas deliberadamente absurdas. Este tipo de programas suelen ser ficcionales y funcionan, mayormente, como parodias: satirizan estereotipos sociales, hechos y personajes reales, reformulándolos en clave generalmente crítica. Las raíces de este tipo de programas pueden encontrarse en Cha Cha cha, y actualmente pueden verse desarrolladas en programas como Peter Capusotto y sus videos.
Pero el atractivo por las situaciones desfachatadas, lo excesivo o extraño, sobrepasa la ficción y la pretensión de los guionistas de hacer reír al público. Está instalado el gesto que lee como absurdo un contenido realizado sin la intención de serlo. Por ejemplo, se ha extendido el revival de viejos éxitos musicales, cinematográficos y televisivos, como Pocho la pantera, Loco-mia, Brigada Cola, La corte, etc, que son consumidos como contenidos bizarros, aunque en su momento no hayan sido producidos con ese fin necesariamente.
Así encontramos en la TV otro tipo de programas presentados como “realistas”, pero que son consumidos como una tragicomedia grotesca. Se trata de historias de vida de personas que no habían tenido voz en TV y que experimentan una fama fugaz rompiendo con los cánones estéticos “correctos” y presentándose como insólitos, excéntricos o incluso marginales. Ejemplo de ello son las personalidades surgidas en el magazine de Anabella Ascar. Sin embargo, llegado cierto punto de fama, estos mismos programas y personalidades caracterizadas como “bizarras” se ocupan de asumir tal situación como “papel” a representar en TV. Tal es el punto, que estos programas con contratos de lectura realistas comienzan a sufrir una hibridación con la ficción. Showmatch es el que mejor sabe capitalizar ese mecanismo naturalizado por dichos programas: además de tomar elementos grotescos, utiliza a su favor la duda acerca de si los escándalos y peleas entre vedettes son “de verdad” o “están armados”.
En este contexto, es de destacar el papel que juegan los programas meta-televisivos (Zapping, TVR, Bendita TV, RSM, etc) en la instauración de una mirada “bizarra” de los contenidos pensados con otro fin. Estos programas acompañan al consumo de televisión aportando una clave de lectura bizarra, brindando la perspectiva humorística. Así, fijan cierto sentido cómico en los programas que citan, generando finalmente en éstos el impulso de explotar su lado bizarro, para conseguir mayor repercusión.
Sintetizando, se pueden observar dos grandes (y polares) modos de consumo de programas bizarros. El primero (Capusotto), se trata de un mensaje deliberadamente construido en torno a la explotación de la falta de recursos, de la mala calidad, haciéndola su característica distintiva, su modo de redención. Se hace abuso premeditado de lo grotesco, de lo desproporcionado, del sinsentido, incluso se toman situaciones o personajes reales y se los satiriza hasta llevarlos al absurdo. En este caso, el disfrute se estructura en torno a glorificar, volviéndolo sublime, lo despreciable, indigno o basura. El segundo (Anabella Ascar), ve en el mensaje el intento fallido de llevar a cabo un supuesto contrato de lectura. Algo que se presenta como “periodístico” o “realista”, por el tipo de situaciones patéticas o ridículas que se generan, termina resultando gracioso. Es decir, el disfrute está centrado en la falta, en el error de no poder alcanzar las pretensiones supuestamente propuestas por (o adjudicadas a) el programa. Uno se ríe, entonces, por vergüenza ajena.
Para concluir, ambas modalidades descubren atractivo en lo extravagante, lo excesivo, lo exagerado, lo artificioso. Modalidades que se encuentran instaladas como forma de consumo de medios, pero que a su vez lo superan. Porque se trata, más que de un tipo de programa, de un gesto de lectura de los mismos, de un modo de pararse del espectador ante los contenidos y de digerirlos.